sábado, junio 25, 2011

Manifiesto ateo by Sam Harris

En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto la violará, la torturará y la asesinará. Si una atrocidad de esta clase no ocurre precisamente en este momento, ocurrirá en unas horas, o a lo sumo en unos días. Tal es el grado de confianza que podemos extraer de las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. La misma estadística sugiere también que los padres de estas niñas creen en este mismo instante que un Dios omnipotente e infinitamente bondadoso cuida de ellos y de su familia. ¿Tienen alguna razón para creer esto? Es más, ¿está bien que lo crean?
La respuesta a ambas preguntas es muy clara: NO.
Todo el ateísmo está contenido en la anterior respuesta. El ateísmo no es una filosofía; no es ni siquiera una opinión sobre el mundo; es simplemente el rechazo a negar lo evidente. Por desgracia, vivimos en un mundo en el que, por principio, lo evidente se pasa por alto. Lo evidente debe ser observado, vuelto a observar y defendido. Se trata de un trabajo ingrato. Lleva consigo una aureola de petulancia e insensibilidad. Además es un trabajo que el ateo no necesita.

Es preciso señalar que nadie necesita identificarse como un no-astrólogo o un no-alquimista. Por consiguiente, no tenemos ningún nombre para definir a las personas que niegan la validez de estas pseudo-disciplinas. De la misma forma, el ateísmo es un término que ni siquiera debería existir. El ateísmo no es más que la protesta manifestada por la gente razonable en presencia del dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de americanos (el 87 % de la población) que afirman no dudar jamás de la existencia de Dios son los que están obligados a presentar pruebas de su existencia y, ciertamente, de su benevolencia, considerando la destrucción implacable de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario en el mundo. Sólo el ateo aprecia lo misteriosa que es nuestra presente situación: la mayor parte de los seres humanos creen en un Dios que, en todos los aspectos, es tan fantástico como los dioses del Olimpo; ninguna persona, independientemente de sus méritos y capacidades, puede acceder a un cargo público en los Estados Unidos si no afirma estar totalmente convencida de que ese Dios existe; y una gran parte de la política pública de nuestro país responde a tabúes religiosos y a supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra circunstancia es abyecta, indefendible y aterradora. Podría incluso resultar graciosa si lo que estuviera en juego no fuera tan importante.
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Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, finalmente resultan destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y las esposas se separan en un instante, para no reencontrarse jamás. Los amigos se apartan unos de otros con celeridad, sin saber que no volverán a verse. Esta vida, cuando se inspecciona con un amplio vistazo, presenta poco más que un enorme espectáculo de pérdidas. La mayoría de la gente de este mundo, sin embargo, se imagina que existe una cura para todo lo anterior. Si vivimos correctamente --no necesariamente de manera ética, sino dentro del marco de ciertas creencias antiguas y de comportamientos estereotipados-- conseguiremos todo lo que queramos después de morir. Cuando finalmente nuestros cuerpos nos fallen, tan sólo nos desharemos de nuestro lastre corpóreo para viajar a una tierra donde nos reuniremos con todas las personas a las que amábamos cuando vivíamos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma serán excluidas de ese lugar feliz, y los que hayan suspendido su incredulidad mientras vivían será libres de disfrutar de dicho lugar para toda la eternidad.

Vivimos en un mundo lleno de sorpresas inimaginables --desde la energía de fusión que hace que el sol brille, hasta las consecuencias genéticas y evolutivas de esta danza luminosa sobre la Tierra a lo largo de los eones-- y, a pesar de todo, el Paraíso se conforma a nuestros intereses más superficiales con la misma comodidad que un crucero por el Caribe. Lo anterior resulta extraordinariamente curioso. Si uno no supiera nada del asunto, pensaría que el hombre, en su temor a perder todo aquello que le gusta, había creado el Cielo, con su Dios de portero, a su propia imagen y semejanza.

Consideremos la destrucción que el Huracán Katrina trajo sobre Nueva Orleans. Más de mil personas murieron, decenas de miles perdieron todos sus bienes terrenales, y casi un millón fueron desplazadas. Es casi seguro que prácticamente toda persona que vivía en Nueva Orleans en el momento de la tragedia del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué hacía Dios mientras un huracán arrasaba su ciudad? Seguramente oyó los rezos de los ancianos y las mujeres que huían de la crecida de las aguas buscando la seguridad de sus azoteas, sólo para ahogarse lentamente en éstas. Eran personas de fe. Eran hombres y mujeres buenos que habían rezado durante toda su vida. Sólo el ateo tiene el coraje de admitir lo evidente: esta pobre gente murió hablando con un amigo imaginario.

Desde luego, hubo claros signos de que una tormenta de dimensiones bíblicas golpearía a Nueva Orleans, y la respuesta humana al consiguiente desastre fue trágicamente inepta. Pero fue inepta sólo a la luz de la ciencia. Los signos del avance del Katrina fueron extraídos de la Naturaleza muda a través de cálculos meteorológicos y de imágenes vía satélite. Dios no habló a nadie de sus proyectos. Si los residentes de Nueva Orleans se hubieran contentado con confiar en la caridad del Señor, no se hubieran enterado de que un huracán asesino se abatía sobre ellos hasta sentir en sus caras las primeras ráfagas de viento. Sin embargo, una encuesta realizada por el Washington Post reveló que el 80 % de los sobrevivientes del Katrina afirmaban que el acontecimiento había reforzado su fe en Dios.

Mientras el Huracán Katrina devoraba Nueva Orleans, casi mil peregrinos chiítas eran pisoteados hasta morir en un puente de Irak. No hay duda de que estos peregrinos creían vigorosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas en torno al hecho indiscutible de su existencia; sus mujeres caminaban veladas delante de él; sus hombres se mataban entre sí con regularidad por interpretaciones rivales de su palabra. Sería notable que un solo superviviente de esta tragedia perdiera su fe. Es más probable que los supervivientes se imaginen que ellos fueron salvados por la gracia de Dios.

Sólo el ateo reconoce el narcisismo y el autoengaño ilimitados de quien se cree "salvado por Dios". Sólo el ateo comprende lo moralmente rechazable que es el hecho de que los supervivientes de una catástrofe se crean salvados por el amor de Dios, mientras este mismo Dios ha ahogado a niños en sus cunas. Puesto que el ateo se niega a disfrazar la realidad del sufrimiento del mundo con una empalagosa fantasía de vida eterna, el ateo siente en sus carnes lo preciosa que es la vida ---y qué terrible desgracia es realmente que millones de seres humanos sufran el más terrible menoscabo de su felicidad por ninguna razón en absoluto.
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Es inevitable preguntarse cuán enorme y gratuita debe ser una catástrofe para que sacuda la fe del mundo. El Holocausto nazi no lo hizo. Tampoco el genocidio de Ruanda, aunque hubiera sacerdotes armados con machetes entre los autores. Quinientos millones de personas murieron de viruela en el siglo XX, muchos de ellos niños. Los caminos de Dios son ciertamente inescrutables. Parece que cualquier hecho, no importa lo desgraciado que sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En los asuntos de la fe, hemos perdido cualquier tipo de contacto con la realidad.

Desde luego, las personas de fe afirman regularmente que Dios no es responsable del sufrimiento humano. ¿Pero de qué otro modo podemos entender la afirmación de que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay ningún otro modo de entender el asunto, y es hora de que los seres humanos cuerdos lo asuman. Se trata del problema histórico de la teodicea, que deberíamos considerar ya resuelto. Si Dios existe, no puede hacer nada para detener las más terribles calamidades o no se preocupa por hacerlo. Dios, por lo tanto, es impotente o malvado. Los lectores piadosos realizarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples normas humanas de moralidad. Pero, desde luego, las normas humanas de moralidad son precisamente las que los fieles emplean en primer lugar para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupe por algo tan trivial como el matrimonio gay, o el nombre por el que los fieles se dirigen a él durante el rezo, no es tan inescrutable como parece. Si existiera, el Dios de Abraham sería bastante despreciable: no sólo sería indigno de la inmensidad de la creación, sino que sería indigno hasta del propio ser humano.

Hay otra posibilidad, desde luego, y es a la vez la más razonable y la menos odiosa: el Dios bíblico es una ficción. Como ha observado Richard Dawkins, todos somos ateos en lo que concierne a Zeus y Thor. Sólo el ateo ha comprendido que el dios bíblico no es en absoluto diferente de Zeus o de Thor. Por consiguiente, sólo el ateo es lo bastante compasivo para considerar la profundidad del sufrimiento humano en toda su abrumadora realidad. Es terrible que muramos y perdamos todo lo que nos gusta; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran innecesariamente mientras viven. Que gran parte de este sufrimiento pueda ser atribuido directamente a la religión --a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas y las luchas religiosas por recursos escasos-- es lo que hace del ateísmo una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, sin embargo, que sitúa al ateo en los márgenes de la sociedad. El ateo, sólo por mantenerse en contacto con la realidad, aparece vergonzosamente alejado de la vida de fantasía propia de sus vecinos.

Lyn Chong

8 comentarios:

Sonn Om Cthulhu dijo...

¿Algo que agregar, que decir..? Casi no se me ocurre nada. Ni Stephen Hawking lo hubiera dicho mejor.
Por otro lado, en la parte de "Si Dios existe, no puede hacer nada para detener las más terribles calamidades o no se preocupa por hacerlo. Dios, por lo tanto, es impotente o malvado." creo que implicitas el pensamiento del célebre Epicuro, por lo que parece prudente anexar esa frase donde toca el tema teista con la crítica punzante de su filosofía.
La frase en cuestión:
"¿Está dispuesto Dios a prevenir la maldad, pero no puede?
Entonces no es omnipotente.
¿Puede hacerlo, pero no está dispuesto?
Entonces es malévolo.
¿Es capaz y además está dispuesto?
Entonces, ¿de dónde proviene la maldad?
¿No es él capaz ni tampoco está dispuesto? Entonces, ¿por qué llamarlo Dios?"
Como siempre, ¡que gusto leerte!

Lyn_Chong_H dijo...

y entonces.. "por que llamarlo Dios?" jajaj ciertamente hermano.. ciertamente... la cuestion en si, es que como dice un gran amigo un poco perdido por estos links pero estimo su pronto regreso: "hay cosas en este mundo que pueden ser una mierda... pero a veces son mierdas que sirven"... si no para nosotros, para muchos otros segun las estadisticas, si.

Sonn Om Cthulhu dijo...

Por cierto que me interesa saber más de este Sam Harris.. nunca habia escuchado de él. Saludos.

Lyn_Chong_H dijo...

dale! seguire subiendo parte de sus articulos... que los encontre bastante buenos... seguire subiendo de el por lo menos hasta volver a cogerle el golpe a las entradas :$ uno anda bastante oxidado por aca

Otro angel caido. dijo...

¿y si todos negaran la existencia de Dios? ¿no pasaría lo de la niña?
Yo creo que cada ser humano cree lo que mas le conviene según sus alcances...como dijo el maestro Freud...quien no tenga ciencia ni arte, que tenga religión...
ya es hora de analizar porque la gente cree en dioses...y no ponernos a criticarlos a ellos...así pareciese que existieran de verdad :S jaja

€Ðuª®Ðø k€€p€® øf løst gªt€s dijo...

creyendo o no en un dios se van a solucionar los problemas de la sociedad yo creo q el cambio debe empezar desde cada uno de nosotros, con pequeñas cosas se empieza todo lo que cambian destinos, si no empezamos a cambiarnos a nosotros de nada sirve q exista dios o no.
ciertamente es mi breve opinion de este tema tan basto :P

Sonn Om Cthulhu dijo...

No se puede comprobar su existencia ni se puede confirmar su no-existencia, pero se puede asumir que es poco relevante para nuestra existencia. Es decir, todos estos años, desde la época de la Ilustración nos hemos movido con lo que nos heredaron los maestros grecorromanos, o lo que sobrevivió de ellos a través del obscurantismo medieval sin la cósmica paternidad de nadie. Hay, sin embargo, una profunda conexión entre el espiritualismo y el impulso lúdico que mueve a nuestra especie a pensar, crear y vivir, como creo que menciona Douglas. De todas formas, acá el punto no es ser profano sino desmitificar las porfías del teísmo clásico que parece tener más poder que el que nos conviene que tenga.

Sonn Om Cthulhu dijo...

Sigan posteando, carajo!!!!!